Desde que tengo memoria me encantaba escribir, cuando era niña mi pasatiempo favorito era trazar letras en mi libro mágico. Tengo una seria obsesión por las libretas, las plumas y los marcadores.
 
Para mi, tener una agenda fue indispensable siempre, en la escuela me ayudaba a organizarme y en el trabajo a no olvidar mis citas, y no dejar ninguna entrega pendiente.
 
Ahora me he vuelto más visual y prefiero los planeadores porque con verlos una vez puedes tener en claro todo lo que tienes que hacer a lo largo del mes.
 
Un planeador es una herramienta maravillosa para fijarle una fecha a tus objetivos, definir prioridades, organizar tareas y ser una persona más productiva.
 
Es tal el sentido que le da a mi vida que este año lo llevé a un nivel más personal y empecé a escribir cosas mías.
 
Reuniones con familia y amigos. Para bloquear el día y hacer el compromiso de no fallar, salvo por una emergencia.
 
Los libros que me emocionan. Recordar si voy a empezar uno nuevo o continuar alguna lectura que me llene.
 
Sobre mi proyecto personal. Que consiste en hacer ejercicios de escritura creativa, o escribir este blog, porque me gusta, me hace bien y porque para mi es el equivalente a ir a terapia. 
 
Citas. En especial las médicas, porque este año mantenerme saludable es uno de mis propósitos. Pero también citas para blanquearme los dientes, arreglarme el cabello o darme un masaje.
 
Al final de mes tomo nota de las veces que me reuní con mis amigos, de mis avances en la lectura, del número de  ejercicios que hice, de las publicaciones de mamá sin recetas y de las citas a las que asistí.
 
Conseguir propósitos del tamaño que sea es algo que da mucha alegría, brinda equilibrio y balancea la vida.