Ale fue mi primer bebé, una sorpresa inesperada, él me enseñó a ser mamá, a amar bonito, a hacer mil cosas de las cuales no creía que era capaz.
 
Ahora es mi niño grande, racional, sensible, amante de los chistes y las bromas, me ama porque soy buena “aconsejadora” y me quedan ricas las quesadillas.
 
Nuestro gran secreto es que los sábados no se lava los dientes en la noche, porque es fin de semana y todo se vale.
 
No le gusta que lo apure ni que le repita mil veces que lo amo, tampoco le gusta mi “sopa con cosas verdes”.
 
Recuerdo perfecto que un día antes de ir al hospital le pregunté cómo se sentía con la llegada de su hermanita y me respondió que muy nervioso. 
 
Todos le habían dicho que los hermanos mayores tenían muchas responsabilidades y se sentía abrumado.
 
Sabiamente su papá le dijo que él no se tenía que ocupar de nada, lo único que tenía que hacer era querer mucho a su hermanita.
 
Y así lo hizo, desde el primer día la ha llenado de besos y abrazos.
 
Al principio se enojaba porque no podía cargarla tanto o cantarle tan fuerte como él quería, pero, con su paciencia de niño de 5 años y sus ganas de ayudar ha sabido esperar siempre, sobre todo en la lactancia. 
 
De a poco aprendió a compartir a sus papás, a darnos esos cinco minutos que al final se convertían en diez, a respetar las siestas, a no dar comida nueva sin preguntar.
 
Extraña mucho que salgamos todos juntos, muere porque su hermana crezca para llevarla a conocer China.
 
Es un gran hermano y un sol de hijo.
 
 
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